1-O: Dias decisivos
Josep Maria Antentas
1. Tras cinco años de eterno procés, en el que la grandilocuencia gestual de sus actores era proporcional a la extraordinaria lentitud de los hechos y a su voluntad constante de evitar un choque decisivo con el Estado, hemos entrado al fin en el momento de la verdad. No en el capítulo final de la película, pero sí en un pasaje cardinal para determinar el desenlace. "El proceso terminó, ahora empieza el Mambo", resumió la CUP en una feliz expresión esta mutación de la situación. Un mambo que, no olvidemos, debería haber empezado en 2014 si el gobierno de Artur Mas no hubiera hecho marcha atrás a las primeras de cambio en noviembre de aquél año cuando renunció a intentar realizar el referéndum ("consulta", en el lenguaje de la época) tras su prohibición por el Tribunal Constitucional. Elección equivocada que, sorpresivamente, apenas encontró resistencia alguna entre los otros actores del proceso (con la excepción inicial de ERC) que no han hecho balance público alguno de ello ni explicado las razones del rodeo a ninguna parte de estos tres últimos años[1].
2. La aprobación de la Ley del Referéndum el pasado 6 de septiembre marcó un punto de no retorno crítico. Desde entonces, oficialmente Catalunya entró en una situación de doble legitimidad, de una dualidad de legitimidades (y legalidades) en colisión que, por naturaleza, sólo puede ser temporal hasta decantarse definitivamente hacia una de ambas. Ello dibuja el escenario de un muy asimétrico, balbuciente y desigual doble poder institucional (el poder de las instituciones del Estado y el de las catalanas autosituadas fuera de la legalidad del mismo). Conviene remarcar absolutamente lo de "muy asimétrico, balbuciente y desigual" para entender bien la coyuntura y no pensar que esto es un choque entre poderes equivalentes o parecidos. Hay una desigualdad entre ambos capital. "Entre derechos iguales es la fuerza la que decide" escribe Marx en el capítulo VIII del primer tomo de El Capital, dedicado al análisis de la jornada laboral[2].Olvidar este factor conllevaría visiones ingenuas e ilusorias de la naturaleza del Estado (no del español en concreto sino del Estado moderno capitalista en general). A la vez, es preciso remarcar que la "fuerza" no puede separarse de la legitimidad del poder que la utiliza y del contexto político en que opera. Legitimidad y contexto determinan el grado en que dicho poder puede utilizarla. Y ambos no son variables fijas sino que evolucionan con los acontecimientos. La fuerza bruta y la fuerza política en un sentido más amplio se entremezclan en permanencia.
3. Cualquier movimiento debe ser capaz de definir el mundo y las situaciones en términos favorables a sus intereses, transmitir confianza en sus posibilidades de victoria y en la creencia de que sus objetivos son asequibles. En la narrativa del movimiento independentista se ha utilizado habitualmente el término desconexión para visualizar el proceso de materialización unilateral de independencia. El concepto tiene una agradable tonalidad placentera, alejada de estridencias y tensiones. Ahuyenta cualquier sensación de conflicto e inseguridad. En este sentido ha jugado, seguramente, un papel importante en hacer creíble el horizonte estratégico independentista. Pero al precio de simplificar enormemente el análisis de la complejidad de su proyecto y de lo que supone enfrentarse a un Estado. La idea de desconexión nos remite al indoloro apagado de un circuito eléctrico. Hay una conocida escena del filme 2001: una odisea en el espacio de Stanley Kubrick que ilustra muy bien cómo desconectar(se) de un poder superior. Acontece en la parte de la película "Misión a Júpiter", situada en el año 2001 cuando el Discovery se dirige al gran planeta gaseoso. Tras comprobar anomalías en el comportamiento de HAL 9000, el superordenador encargado del control de la nave, los astronautas Dave Bowman y Frank Poole planean desconectarlo. Tras la muerte de Poole como resultado de la acción de HAL, Bowman consigue acceder a la sala donde se encierran los circuitos centrales de la máquina y poco a poco va desactivando a la computadora que va perdiendo paulatinamente la conciencia, retrocede a la infancia y termina, antes de apagarse, cantando una canción infantil, Daisy Bell. El gran Leviatán que controlaba la nave, un humanizado super-ordenador, ha muerto[3].
Contrariamente a esta imagen, en realidad no es posible desconectarse de un Estado. Acaso es posible romper con él tras un enfrentamiento. La idea de desconexión, paradójicamente, aunque es muy distinta recuerda en este punto a las teorías del éxodo a la Negri que estuvieron muy en boga en las dos décadas anteriores, pero en este caso propugnando un éxodo no para crear espacios no estatales liberados, sino para crear otro Estado. Sin embargo, no existe una desconexión placentera de un Estado contra su voluntad. Puede existir, más allá de los casos dirimidos por un choque militar, una ruptura como consecuencia de un intenso tira y afloja y de enfrentamientos político-sociales de masas determinantes que, entremezclados con la geopolítica internacional, fuercen una aceptación, por parte de un Estado, de un desenlace democrático de la contienda contrario a sus intereses. Pero todo esto tiene muy poco que ver con el imaginario estratégico con el que ha jugado el independentismo hasta ahora. De ahí la importancia capital de lo que acontece estos días. De lo fundamental que resulta que el gobierno catalán y sus aliados sigan adelante hasta el último aliento. Y de lo imprescindible que deviene la entrada en escena de la movilización popular sostenida a modo de desborde ciudadano.
4. El movimiento por la independencia se ha caracterizado por una masividad y constancia imponentes. Bajo la batuta de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) desde 2012 se ha expresado regularmente cada 11 de Septiembre con manifestaciones metódicamente planificadas a las que les seguía un intervalo de muy poca presencia callejera hasta la cita del año siguiente. Detrás de cada 11S hay una organización por debajo real, en cada pueblo y barrio, aunque absolutamente dependiente de la dirección política de la propia ANC (y en menor medida de Òmnium). En estos cinco años el movimiento ha tenido muy poca capacidad espontánea por abajo y de desborde de las propias organizaciones que lo dirigen. Y ello ha pesado negativamente en varios momentos. La imposibilidad de generar ningún tipo de presión más allá de la oficialmente realizada por la ANC las semanas previas a la consulta del 9N, para impedir tanto la actuación del Estado como la marcha atrás del gobierno catalán, es el ejemplo más claro. Los acontecimientos del pasado 20 de septiembre (20S), ante la intensificación brusca de la escalada represiva del Estado, marcan una cambio drástico de ritmo y de lógica. El movimiento ha tomado una dinámica relativamente más punzante, vital, y electrizante; más enfocada a la movilización sostenida. Una nueva fase compatible con el inteligente énfasis estratégico en la no violencia que lo caracterizó desde sus inicios. ANC y Òmnium juegan un rol de liderazgo de lo que sucede estos días, pero su estilo es mas favorable a una movilización contenida que al desborde ciudadano desde abajo y esto resta punch en los instantes cardinales. El gran reto de las próximas jornadas es, precisamente, cómo combinar el liderazgo, que nadie cuestiona, de estas dos organizaciones con la necesaria quinceemerización explosiva del movimiento. Todavía no podemos valorar el alcance de la respuesta que arrancó el pasado 20S. Está claro que ha sido muy importante y cambió la tonalidad de ambiente. Pero puede estabilizarse ahí o ser la lanzadera de un estallido general previo al día 1, o durante éste si hay nuevas acciones represivas.
5. En esta coyuntura clave, emerge con fuerza el límite político fundamental de todo el proceso independentista: haber disociado la propuesta de Estado propio de un plan concreto de emergencia social y regeneración democrática. En otras palabras, su desvinculación con el legado, el significado y la agenda de lo que fue el 15M en 2011. Ambos movimientos han galvanizado y representado a partes distintas del pueblo de Catalunya. El pueblo de las plazas de 2011 no es el mismo que el pueblo del procés, el pueblo del proceso independentista. Aunque haya importantes solapamientos parciales que no pueden olvidarse. Hacerlo, implicaría una lectura demasiado maniquea de la realidad.En Catalunya parte de las clases medias y la juventud precarizada se escoraron hacia el 15M y hacia las opciones políticas que nacieron gracias a él (Podem, Catalunya en Comú). Otra parte se acabó decantando hacia el independentismo (en sus diversas variantes). Y, claro está, otra ha ido basculando entre ambos siendo un débil engarce entre esta bifurcación de futuros que encarnan el independentismo y el 15M y su legado. Pero el 15M, más allá de su componente de juventud estudiantil precarizada y del papel primordial de las clases medias golpeadas por la crisis, tuvo también una dimensión barrios, un componente popular y trabajador en una época de descomposición del movimiento obrero como tal. Es ésta la principal ausencia del proceso independentista. Este es el telón de Aquiles cardinal del movimiento, que se ve lastrado por la debilidad en su seno de un sector social fundamental tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo, tanto numérico como estratégico. Y, sobra decirlo, ha sido la principal fuente de controversias y quebraderos de cabeza de todas las familias de la izquierda catalana (utilicen o no dicho concepto para definirse), tanto si están dentro del proceso independentista como si están fuera. Tan erróneo resulta minimizar dicho problema o aparentar que no existe, como a veces ha tendido a hacer excesivamente el independentismo de izquierdas, como utilizarlo como pretexto para permanecer fuera del movimiento abierto en 2012 y, con ello, acabar en realidad haciendo más grave el problema, como ha hecho el mundo de Catalunya en Comú.
En este sentido las diversas iniciativas desplegadas estos días por algunos sectores del movimiento sindical, en paralelo al activismo social alternativo, resultan particularmente importantes: desde la decisión de los estibadores del muelle de Barcelona de no asistir a los barcos que albergan a los agentes de la Guardia Civil desplazados desde otros lugares del Estado, hasta el anuncio de una convocatoria de Huelga General (por muy propagandística que sea) para el 3 de octubre por parte de varios sindicatos minoritarios.
6. Nacida formalmente en marzo de 2012, la Assemblea Nacional Catalana (ANC) se dotó de una hoja de ruta estratégica hacia la independencia basada en la construcción de un movimiento transversal y plural articulado exclusivamente en torno al objetivo de la independencia. Este independentismo puro y simple tuvo una innegable capacidad de agregación, aunque era en sí mismo un límite estratégico fundacional para el nuevo movimiento, tanto desde el punto de vista de su objetivo declarado (la independencia) como desde el punto de vista de la utilidad de éste para abrir las puertas a un cambio social y democrático (un objetivo formalmente compartido por muchos de los integrantes del movimiento). Retrospectivamente, sin caer en la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue, no está de más preguntarse como hubieran sido las cosas si el movimiento hubiera acompañado la consigna de independencia en 2012 con un programa de emergencia social y regeneración democrática básico. La respuesta es clara: la derecha catalanista y el gobierno de Artur Mas se hubieran sentido aún más incómodos con el tsunami independentista pero no hubieran podido desmarcarse de él; y los apoyos al procés se hubieran ampliado por su lado popular y trabajador. Para las organizaciones políticas tradicionales de izquierda (y a partir de 2014 las nuevas que llegaron) y los sindicatos habría sido muy complejo permanecer ajenos al mismo[4]. Obsesivamente preocupados por no perder a la derecha catalanista por el camino, los impulsores del movimiento independentista en sus prolegómenos no prestaron suficiente atención a la necesidad estratégica de asegurarse la participación en él de la izquierda política y social no independentista. Pero más que utilizar dichos límites fundacionales de la dinámica abierta en 2012 como justificante de una política pasiva es más estratégico emplearlos como estímulo para relacionarse activamente con ella y contribuir a reducir en su seno el espacio de la derecha. La política de expectación inerte olvida, además, otra cuestión decisiva: un momento de intensificación del enfrentamiento entre el Estado y el independentismo como el que acontece estos días es también una coyuntura clave para intentar desplazar la correlación de fuerza en su seno hacia la izquierda, de intentar que los sectores más combativos ganen protagonismo en un escenario en el que las fuerzas de orden dentro del independentismo se mueven peor que aquellas rupturistas, con la CUP a la cabeza.
7. En torno a la cita del 1-O se juegan dos cosas: el ejercicio del legitimo derecho a la autodeterminación del pueblo catalán y el futuro del Régimen de 1978. Hay dos batallas en una que se cruzan y se retroalimentan desde su propia autonomía. No pueden disolverse y fusionarse sin más, pero tampoco separarse completamente en términos estratégicos. Ahí es donde pueden converger parcialmente los intereses del independentismo y de las fuerzas de ámbito estatal (y sus aliadas catalanas) partidarias de una ruptura constituyente con el régimen de 1978. El independentismo catalán no ha dado desde 2012 la suficiente importancia a la búsqueda de aliados estatales, pero el incremento de la represión del Estado ha provocado un tardío cambio de actitud. Las muestras genuinas de solidaridad procedentes de fuera de Catalunya han pasado a ser muy bien consideradas y apreciadas, aunque su potencial estratégico se ha visto demasiado tarde y sigue sin estar bien integrado en la política global del movimiento. Por su parte, las iniciativas de ámbito estatal que Unidos Podemos y Catalunya en Comú están impulsando, como el encuentro de cargos públicos del pasado domingo 23 en Zaragoza, tienen el mérito de denunciar claramente la represión y el golpe de mano del Estado en Catalunya. Su insistencia en la necesidad de un referéndum acordado con el Estado sirve para defender la legitimidad del derecho a la autodeterminación. Pero la propuesta nace amputada de todo potencial estratégico al hacerse desconectada de un apoyo real al 1-O. Se falta así a la cita del presente en nombre de una incierta propuesta para el futuro y se proyecta un mensaje de ambigüedad y titubeos en un momento crítico, como si lo que ocurra ahora no vaya a tener repercusión alguna para el día después. La escalada represiva ha acentuado la conexión entre el proceso independentista catalán y la crisis de régimen. La cuestión democrática, si el Estado va a más en su lógica autoritaria, puede ser la palanca para hacer bascular la opinión pública española. Ello facilitaría la ampliación de la solidaridad política con Catalunya por parte de las fuerzas políticas y sociales del Estado español y su aprehensión estratégica del potencial de los acontecimientos catalanes para una ruptura(s) constituyente(s) con el marco de 1978. Pero la cuestión democrática si se despliega en toda su profundidad, implica para las fuerzas políticas y sociales del Estado español la correcta comprensión de la cuestión nacional catalana.
8. La intensificación de las medidas represivas y el tensionamiento de la situación política pone de manifiesto una vez más la endeblez de la posición adoptada por Podemos y Catalunya en Comú respecto al 1-O, al apoyarlo como una movilización legítima pero sin reconocerlo como referéndum ante la falta de garantías formales necesarias. No tiene sentido alguno embarrancarse en un debate apriorístico sobre si el 1-O carece o no de garantías. Esto se verá si al final llega a celebrarse. La cuestión decisiva es comprender, como por desgracia no hicieron Catalunya en Comú y Podemos, la necesidad de ir a por todas, tanto si se piensa que es posible realizar un referéndum en contra de la voluntad del Estado como si se cree que en estas condiciones no se irá más lejos que de una movilización. Es el compromiso, por parte del Gobierno catalán y sus aliados políticos y sociales, en intentar realizar el 1-O sea como sea lo que ha desencadenado la actual crisis política. Es la determinación de las partidarias del 1-O lo que la intensifica. Decretar de antemano que el 1-O es una mera movilización y no poner toda la carne en el asador para que salga bien desactiva de entrada su potencial como elemento precipitante de una crisis política e institucional determinante. Es por ello que las tibiezas acerca de la cita del 1-O muestran no sólo dudas hacia el proyecto independentista sino una pérdida de fuelle del perfil constituyente y de ruptura de Unidos Podemos y Catalunya en Comú [5].
Días decisivos, pues. Días de septiembre que estremecen a la sociedad catalana y española. Días de septiembre a los que, sin duda, seguirán otros intensos días de octubre.
Notes
[1] Analizo más en detalles la trayectoria del proceso independentista y de la propia idea del “referéndum” en: Antentas, Josep Maria (2017). “El referéndum y sus vidas anteriores”, 19 de Junio. Disponible aquí
[2] Marx, K. (2000[1867]). El Capital. Madrid: Akal.
[3] Puede verse la escena en el siguiente enlace; la escena y los conflictos de HAL y la tripulación son una reflexión sobre la inteligencia humana y la artificial, los límites de mabas, y la relación entre humanos y máquinas.
[4] Para una ampliación de estos argumentso ver: Antentas, Josep Maria (2015). “Tribulaciones y atolladeros del proceso independentista", Público, 2 de Marzo. Disponible aquí
[5] Analizo con más detalle la política de Catalunya en Comú y Podemos en: Antentas, Josep Maria (2017). “"Los Comunes y sus dilemas", 11 de Septiembre. Disponible aquí
25/09/2017
Josep María Antentas,profesor de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), forma parte del Consejo Asesor de viento sur