Podemos y el proceso independentista catalán
Josep Maria Antentas*
La emergencia de Podemos ha despertado políticamente a una parte del pueblo catalán que está, en su mayoría, fuera (lo que no implica en contra) del imaginario político y social del proceso independentista y de la imagen y representación que éste ha dibujado de Catalunya, menos heterogénea en lo que a identidades nacionales se refiere de lo que realmente es. Esta Catalunya, precisamente, había perdido protagonismo desde que el movimiento obrero se descompuso como actor político y social central en beneficio de otros movimientos sociales con peso más preponderante de las clases medias en sentido amplio del término. De golpe, una Catalunya más diversa, que en cierta forma ya irrumpió abruptamente en las plazas durante el 15-M, ha hecho acto de presencia, dando una imagen más compleja de lo que es el país, de su sistema político, y de los alineamientos políticos de sus capas populares. Aparece una Catalunya no representada hasta ahora (o que lo estaba por fuerzas en declive y carentes de relato), dirigida por un instrumento político alternativo en ascenso. Y ello, de rebote, ha complicado aún más la estrategia política a seguir por parte de las fuerzas populares, que tienen ante sí un complejo engarce entre lo social y lo nacional y una complicada arquitectura política a tejer en lo que a identidades se refiere.
No existe un pueblo homogéneo ni una “unidad popular” lineal. Hay un pueblo diverso y heterogéneo, cuya identidad colectiva está en construcción y que, en lo que a su identidad nacional se refiere y a su relación con el proceso independentista, tiene almas o sensibilidades diversas. Son tan “pueblo” quienes asistieron entusiastas al mitin de Pablo Iglesias en la Vall d’Hebron en Barcelona, el pasado 21 de diciembre, como quienes han participado en los actos masivos en barrios y ciudades de Teresa Forcades y Arcado Oliveres, o quienes se identifican con David Fernández. Definitivamente, este es un pueblo irreductible a representaciones monolíticas de la “unidad popular”. Una imagen del “pueblo” demasiado homogénea, a la hora de la verdad, puede conducir a representar y agregar políticamente a una parte minoritaria del mismo, a tomar la parte por el todo sin generar un polo atrayente, un imán político-social suficientemente amplio para ser el punto nodal de un bloque mayoritario, que permita una agregación colectiva en torno a un proyecto coherente pero plural en sus (auto)representaciones.
¿Cómo sintetizar políticamente el bloque popular que hoy mira a futuros posibles bifurcados y que permanece parcialmente escindido respecto a su indentificación con el proceso independentista? Esta síntesis, tan compleja como imprescindible, tan difícil como llena de potencialidades, es la fórmula ganadora en Catalunya. Es la ecuación que puede derrotar a Mas y, a la vez, mantener en pie el desafío soberanista para asestar un golpe certero, decisivo si cabe, al régimen que Rajoy y Pedro Sánchez intentan mantener a flote. Por el contrario, el riesgo no future a evitar es el de una fractura de las capas populares catalanas en base al proceso soberanista que genere una doble situación sin salida: por un lado, una izquierda alternativa minoritaria (CUP, los sectores más a la izquierda de ERC…) dentro de un bloque soberanista (con una mayoría político-electoral conjunta por lo demás precaria), liderado por CDC y la dirección de ERC; por el otro, un polo democrático y antiausteridad, representado por Podem, ajeno al proceso soberanista y, a pesar de su relevancia electoral, sin capacidad para tener una mayoría político-electoral en Catalunya. Esta es la doble fórmula perdedora. La fórmula que clava una asta letal bifurcada en el corazón de la estrategia, provocando un infarto político de desenlace fatal.
La perspectiva de síntesis consiste en defender tras el 27-S la realización de un acto de soberanía efectivo, formal y sustantivo a la vez, por parte del Parlament de Catalunya, que rompa la legalidad del marco de 1978, pero sin prefigurar el resultado final en lo que se refiere a la relación entre Catalunya y el Estado español. Es decir, la apertura de un proceso constituyente catalán, que ponga las bases de un nuevo marco institucional y de una nueva República catalana, cuya relación con el Estado español sea discutida al final del propio proceso.
Tanto quienes dentro de las clases populares y trabajadoras tienen un horizonte independentista, como quienes no lo tienen, hoy pueden confluir en la necesidad de un acto de soberanía unilateral y en la proclamación de una República propia, un acto que tendría una doble consecuencia. Primero, abrir la puerta a discutir qué modelo de país queremos en Catalunya y, por tanto, a “decidir sobre todo”, precisamente lo que Mas no quiere. Segundo, asestar un desafío institucional sin precedentes al marco legal de 1978 y al Gobierno de Rajoy, y avanzar de forma sustantiva un paso más en la voluntad expresada el 9-N.
El correlato de dicho enfoque debe ser insertar la apertura de un proceso constituyente catalán en la perspectiva de poner en marcha a escala estatal procesos constituyentes propios, nacionales, soberanos y retroalimentados para poner fin al Régimen de 1978. Un proceso constituyente catalán ni es subsidiario ni dependiente de uno español, ni es algo que deba dar la espalda a lo que suceda en todo el Estado. Al contrario, una articulación estratégica de las soberanías es lo que puede permitir quebrar los pilares aún en pie del maltrecho marco político-institucional posfranquista.
Podemos y el proceso independentista plantean un reto el uno para el otro. Por un lado, Podemos está obligado a un doble desafío. Primero, construir un proyecto nacional-popular en el conjunto del Estado, compatible con una concepción plurinacional de lo que es hoy el Estado español, con el derecho a la autodeterminación de las distintas naciones que lo componen, y con la ausencia de cualquier relación jerárquica, política o simbólica, entre ellas. Ello implica una defensa clara del derecho a decidir del pueblo catalán, la garantía de un referéndum vinculante en caso de gobernar el Estado y, sobre todo, la aceptación del derecho (lo que no implica necesariamente estar de acuerdo con el ejercicio que se haga del mismo) del pueblo de Catalunya a decidir hoy unilateramente su futuro ante la imposibilidad de hacerlo en un referéndum legal pactado.
Segundo, en Catalunya Podem tiene que construir un proyecto propio, que inevitablemente tiene que echar raíces en el catalanismo y relacionarse (para atraerlas) con parte de las bases sociales del proceso independentista, empezando por las de una ERC que tiene dificultades crecientes para justificar ante una parte de su electorado su permanente subalternización a Mas. De espaldas, o moviéndose sólo por fuera de los confines del proceso independentista, hay espacio para una fuerza relevante en Catalunya, pero no para una que aspire a ser el puntal de una mayoría ganadora.
Por el otro lado, Podemos y Podem plantean al proceso independentista, y a sus protagonistas políticos y sociales principales, empezando por la Assemblea Nacional Catalana (ANC), la necesidad de dialogar con un movimiento político emergente, que cristaliza el malestar en un sentido distinto al del independentismo. Podem galvaniza a un sector social ajeno (al menos parcialmente) al proceso independentista (pero que no se reconoce en la España de Rajoy y Sánchez) y, a la vez, interpela a sectores dentro del mismo que pueden bascular hacia fuera de él ante las nuevas posibilidades de cambio ofrecidas por Podemos.
El nuevo contexto político catalán y español fuerza a replantear objetivos y estrategias al independentismo. El primero y más importante, el de ampliar su base social popular, algo imposible sin insertar una dimensión social explícita en el movimiento, rompiendo con el tabú estratégico que ha llevado a hacer justo lo contrario. El segundo, ser capaz de articular una visión dialéctica entre una dinámica de acumulación de fuerzas propia en Catalunya y la ruptura a escala estatal del marco institucional del Régimen de 1978, buscando sinergias y apoyos mutuos, a través de la defensa de procesos constituyentes soberanos. Por desgracia, ambos retos han brillado por su ausencia del debate de los últimos meses, centrado ridículamente en torno a la conveniencia o no de una lista única independentista el 27-S, mostrando descarnadamente los límites estratégicos del planteamiento de la ANC y del mainstream independentista. Desafíos muy grandes por un lado, pequeñez estratégica por el otro. Mala combinación, sin duda.
Ante la convocatoria de elecciones el próximo 27-S, el reto es articular un bloque plural con vocación ganadora que rompa con la dicotomía Mas-ERC. Que ponga sobre la mesa otra alternativa. Que señale nuevas posibilidades. Ello implica quebrar el marco político-discursivo fijado por Mas (y los demás actores centrales de la política catalana), pero sin pretender jugar otra partida ni ponerse de perfil, sino reformulando el debate sobre la independencia y la soberanía, llevando estos conceptos hasta el final, tirando del hilo democrático, haciéndolos extensibles a todos los ámbitos y planteando, por tanto, un horizonte constituyente catalán democrático y participativo como marco de convergencia compartido de todos los proyectos de cambio.
¿Derecho a decidir? Por supuesto, pero sobre todos los temas, empezando por la política económica. ¿Independencia y soberanía? Claro que sí, pero entonces hablemos de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, en sus conocidas siglas en inglés). ¿Elecciones plebiscitarias? Por qué no. Pero sobre todos los asuntos. No sólo sobre la independencia. Sobre el propio Mas, sobre los recortes, sobre la austeridad, sobre la corrupción.
Enfocando así las cosas, los futuros posibles bifurcados pueden empezar a ser convergentes. Y, a partir de ahí, no hay razón alguna para limitar el alcance de nuestros sueños ni la confianza en nuestras opciones.
*Profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB)